El descodificador

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Como rey, creo que Juan Carlos está viviendo los mejores momentos de su carrera: el segundo mejor yate de España (después de El Pocero), los hijos colocados y con casa propia, una templanza que causa sensación en el mundo diplomático internacional… Sin embargo, como monologista me temo que está perdiendo algo de fuelle. Podríamos decir que se ha quedado anticuado, que le cuesta trabajo actualizar su repertorio, que se repite más que Papito Bosé y Pau Dones juntos. ¿Cobra el monarca derechos de autor por su discurso de navidad, pese a que es prácticamente el mismo desde que palmó su pigmalión, el bueno de Franco, e inició su carrera en solitario?

El año pasado Juan Carlos tuvo como artista invitado a su hijo Felipe. El clásico dúo, formación que ha vivido momentos grandiosos (Faemino y Cansado, Tip y Coll…) y otros francamente lamentables (Dúo Sacapuntas, Arenas y Acebes…). La pareja no cuajó, debido seguramente a la inexpresividad del debutante, y el veterano orador ha decidido con buen criterio continuar este año su carrera como solista.

La erudición del monarca es tan basta que le permite tratar año tras año los mismos temas de la misma forma,
con similar lenguaje, parecida escenografía, calcados tiros de cámara y así lograr, lógicamente, idénticos resultados. Su discurso fue una repetición del modelo habitual, con poquísimas variantes: corbata naranja, belén a su izquierda, cambio de plano con foto ecologista (no cazando, sino sembrando un árbol), y palabras de gratitud para quién en pleno siglo XXI “muestran su solidaridad con la Corona”. El complemento perfecto para unos langostinos mal descongelados, una botella de sidra El Gaitero y unos polvorones del todo a 100. Tan sorprendente, fascinante y cautivador como la lotería, las campanadas o el desfile de los otros reyes, los magos. La caña.

¿Viva el rey? Prefiero un buen jefe…

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Queridos lectores… ¡Feliz Navidad! ¡Paz y amor para ustedes y para el resto de la humanidad! Tenemos motivos para ser felices: corre el rumor de que en estas fechas tan señaladas, con las angulas y el amor por las nubes y el conejo por los suelos, hasta los hijos de puta se cogen unos días libres. ¡Viva entonces la gente, la paz, el amor y la solidaridad! ¡Viva la lotería y el Rey! ¡Vivan las cenas de empresa, las barras libres y el Almax! ¡Vivan los grandes almacenes, y sus ofertas “compre hoy y pague dentro de dos meses”!

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Y hablando de comprar, no olviden, por amor de Dios y del niño que está a puntito de nacer, adquirir una docena de calendarios solidarios de Ana Rosa Quintana, a nueve euros la pieza, en los que ella y sus colaboradores aparecen desnudos para alegría y regocijo de los niños pobres de Nicaragua. Ya sé que a la mayoría de los personajillos de ese programa de Telecinco ya los han visto en pelotas en Interviú, y que el resto son cuatro pellejos adheridos con botox a un esqueleto desvencijado, pero… ¡pobres niños nicaragüenses! “Es un calendario solidario, y se venderá en algunos puntos solidarios”, dice una Ana Rosa a punto de palmar de sobredosis de solidaridad. Yo, como en estas fechas me vuelvo tan bueno, tan bueno, tan bueno… pues me lo creo todo.

Me creo hasta que el discurso del Rey Juan Carlos es, además de un alarde de verborrea hueca, una cita imprescindible en nuestras vidas, nexo de unión entre españoles, faro para todo un pueblo. Un monólogo mejor que los de Buenafuente, para que ustedes me entiendan. ¿Me estaré volviendo, de tan bueno, gilipollas? El Rey estará fantástico esta noche, como siempre, hablando del terrorismo, de la economía, de la crispación política, de la unidad de España… De la vida, vamos. No se lo pierdan, se lo pido por el caganet del belén.

Es una suerte tener un rey que resulte igual de brillante como orador que como esquiador o regatista. Como es una suerte que todo un país, España, se paralice una buena mañana para ver si unos niños cantan los mismos putos números que tenemos en un papelillo que guardamos en la cartera. “Son niños con suerte. No queremos niños que no sepan transmitir el premio. Queremos alegría”, asegura un portavoz de los niños de San Ildefonso con un tonillo solidario la mar de agradable.

Televisión, navidades y solidaridad, qué magnífica combinación. Están hechos los unos para los otros. Observen qué bien combinan en esta imaginaria reflexión: “¿He sido una televisión mugrienta todo el año, mintiendo, difamando e insultando con el único fin de ganar mucha audiencia y, por tanto, mucha pasta? Sí, pero cuando llegan las navidades pongo en antena algún programa solidario y arreglado”.

Pues eso, que ¡Feliz Navidad!

Vivimos en un mundo raro. No aquel sembrado de mentiras al que cantaba el gran Enrique Urquijo, (“no sé del dolor / triunfé en el amor / y nunca he llorado”). Sino ese otro de carne y hueso en el que las bellotas son más caras (6,90 euros el kilo en la Boquería, Barcelona) que los langostinos medianos (5,90 euros el kilo en Carrefour, Talavera de la Reina). Un mundo raro en el que el informativo del mediodía de Antena 3 se abre con el robo en la vivienda del empresario y ventrílocuo José Luis Moreno. ¿Es ésta una noticia para abrir un informativo nacional? Sólo el hecho de que aún no se haya descartado que los ladrones hayan sido los actores que, sin contrato, trabajaron para su productora, puede hacer dudar a un periodista de raza.

moreno1.jpgEn este mundo raro, el reportaje de Antena 3 sobre el robo en la casa de Moreno tiraba la casa por la ventana: “La vivienda estaba repleta de obras de arte y objetos de valor” ¡Coño, como las tumbas de los faraones! Y es que “repleto”, según el Diccionario de Uso del Español Actual (SM), prologado por García Márquez, significa: “muy lleno, o lleno por completo”. Ni Roca, con sus Mirós en el retrete, superaba este lujo y esplendor.

Las imágenes eran más austeras, y curiosamente mostraban al gran Moreno con el presentador del Tomate (programa de otra cadena, Telecinco), ese individuo que dice que le odiamos por ser homosexual. ¿Es normal que Antena 3 elija a esa extraña pareja para ilustrar la noticia? ¿Casualidad? ¿Mala baba? No sigo. Sé que dedicándole una sola línea al tal Jorge Javier Vázquez estoy engordando al monstruo, entendiendo este adjetivo como metáfora, nunca como descripción física o profesional.

En este mundo raro el telespectador puede esperarse cualquier cosa. Como ver en una cadena el velatorio de Franco (“Cuéntame”, TVE1) exactamente al mismo tiempo que otra celebra la onomástica del rey Juan Carlos (“El rey cumple 70 años”, Antena 3). No les voy a decir nada de “Cuéntame” que ustedes no sepan. Y no voy a decirles nada de “El rey cumple 70 años” que ustedes necesiten saber: un documental a la antigua, con voz en off y comentarios en la onda de Pilar Urbano. Un mundo raro éste, en el que las monarquías sobreviven en pleno siglo XXI. Las diferencias con las repúblicas son mentales, intrínsecas y si me apuran hasta estéticas. Observen: mientras Sarckozy entra en Carla Bruni, la infanta Elena sale de Marichalar. Un mundo raro de cojones.

Mientras el PP se niega en redondo a que el Gobierno negocie con ETA, Aznar almuerza en la jaima de Gadafi. Horas después, el dictador libio se reúne con el Rey y con Zapatero, y más tarde es agasajado por los empresarios españoles. Curioso país éste en el que políticos y hombres de negocios eligen quiénes son buenos y malos terroristas. Extraño lugar en el que la hipocresía no sólo gobierna, sino que también reina, está en la oposición y mueve los hilos de la economía. Gadafi, no lo olviden, llegó a indemnizar a las familias de las víctimas del atentado de 1988 contra un avión de la Pam Am en Lockerbie (Escocia).

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En un país en el que la hipocresía es ley, Gustavo de Arístegui (portavoz del PP en la Conmisión de Asuntos Exteriores) podría ser excelente embajador, ejemplo de esa miserable actitud: «No se puede comparar a Gadafi con Sadam Hussein. Uno es responsable de miles de muertos, el otro de cientos de miles». Son declaraciones realizadas por un político popular que, si realmente dice lo que piensa, no dudaría en dejar a sus hijos con Txapote de canguro: «sólo» ha sido condenado por tres asesinatos.

Arístegui pide para los dictadores «diálogo crítico y exigente». Lo hace en «Los desayunos de TVE» (9.00, TVE1), un programa absolutamente imprescindible para afrontar la jornada bien informado. Viendo este espacio, y zapeando a «La mirada crítica» (9.00 Telecinco), el telespectador arranca el día con televisión de calidad. Una fantasía. Tan grande, cínica y piojosa como las de aquellos que ahora ven en Gadafi a un hombre de bien. El buen terrorista.

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Tuvo suerte Hugo Chávez, camorrista bolivariano con ínfulas revolucionarias, de que entre él y su majestad el rey de España estuvieran presidentes de Gobierno y ministros. Si llegan a estar juntos, Juan Carlos le mete un puño. Seguro. Y la XVII Cumbre Iberoamericana hubiera terminado como el rosario de la aurora. En comisaría, con los policías chilenos cogiendo los datos de la ficha de los implicados en la pelea: «A ver, usted, el que dice que es Rey… ¿Cómo es que vive en una zarzuela? Si es rey vivirá en un castillo, ¿no?»

La bronca resultó impresentable, tanto por el discurso demagógico de cara a la galería de Chávez y Ortega como por la macarrónica intervención del rey Juan Carlos. La cabeza del monarca aparece en las imágenes de televisión separada del tronco, como hubiera sucedido durante la revolución francesa, para soltar una de esas frases que se escuchan en los puti clubs unos segundos antes de que empiecen a volar botellas: «¿Por qué no te callaaaas?». A Juan Carlos sólo le faltó un «tronco» final para redondear la frase. Una frase que en burdeles y bares de motorista sirve de introducción a la bronca, preámbulo inevitable de empujones, amenazas, escupitajos y mamporros. Lo que es una Cumbre Internacional de jefes de estado.

Y es que el rey Juan Carlos, símbolo de unidad y permanencia, consciente de su papel fundamental como representante de la nación española, acostumbrado como está a arbitrar y moderar el funcionamiento de las instituciones… hizo alarde de diplomacia y lanzó un bravucón «¿Por qué no te callaaaas?». Eso es aprovechar las oportunidades que se presentan para abandonar la monotonía del protocolo, ese guión escrito por algún negro de guante blanco.

Un rey campechano, dirán los monárquicos. Y tienen razón. Campechano como Poli Díaz, Nacho Vidal o los hermanos Matamoros. Un rey bravucón, rey de bastos, que puso al pobre Zapatero, más Bamby que nunca, contra las cuerdas de la diplomacia. Juan Carlos hizo el papel del amigo chiquitín y jode-jode que mete cizaña, que empuja y que, cuando empiezan los mamporros, se da el piro.

Juan Carlos se escaqueó en el momento en que olió bronca. Cuando realmente se ofendió su majestad es cuando Zapatero, en una de las intervenciones más dubitativas y perezosas que le recuerdo, acierta a exigir respeto para Aznar y para todos aquellos que han sido elegidos democráticamente por el pueblo. Ahí Juan Carlos ya no aguanta más: «Y para los que no necesitamos ser elegidos democráticamente por el pueblo, porque nos eligió Franco… ¿qué?», debió pensar.

Y se levantó y se piró al bar.


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